¿Qué son 365 lunas?

Habré de detener el tiempo 
en los recuerdos de tus dedos
jugueteando por mi ombligo
mientras tus besos saltan
en los prados de mis caderas
Dilataré largamente en mi cabeza
la imagen de los silencios
y las miradas eternas
nuestros alientos fluyendo
entre tus pulmones y los míos
Y, lo haré,
para cumplir con una promesa
muy temprana o tardía
¿Estaremos vivos para ese entonces?
Ojalá, esas 365 lunas quieran encaminarnos
Pero, si muero,
ve a mi despedida,
deja aquel dibujo
en el féretro abierto
fírmalo con un beso
invisible pero indeleble
impreso con esa misma saliva
con la que habrías bañado mi cuerpo en vida...


Asumiendo

Respirar y hundirme.
Hasta donde aguanten los pulmones,
Hasta donde se agite mi voz
en la mitad de la garganta
y mi cerebro la calle de golpe
con el deseo de partir.
En lo profundo de las aguas negras
de la soledad,
allí quiero quedarme un rato.
Inmóvil, atenta, extraña,
fuera de mí…
Contarme la historia en tercera persona.
Verme en el futuro de un espíritu vago,
apreciarme desde el musgo de aquel lago
y dejarme ser, dejarme morir.

Respirar y hundirme.
Tragar toda el agua,
dejarme hinchar por las penas,
soltarme a la soledad,
apreciarme como el pedazo de carne
que soy, que sin lenguaje, ni contexto
no soy más que eso.
Que se entienda, soy construcción de los demás.
Un nacimiento sin nombre,
un humano propuesto
por el pensamiento de alguien más.

Respirar y hundirme
dejando atadas dos anclas
de peso infinito en los tobillos
para no volver.
Me percibí en la utilidad del tiempo
para alguien que pronunciaba mi nombre
desde su necesidad.
Ahora, parece que no existen más llamados.

Y entonces, debo respirar y hundirme,
e irme en la calma del nado de un pez,
en el caminar de un molusco pegado a la piedra,
en el viaje infinito de plancton suelto,
en el reflejo del sol de media tarde,
en el sosiego de no sentirme mas parte
de un aquí.

Café sobre la mesa

Cotidianidad bendita y
desconocida:
Él yace desnudo en la cama.
yo coloco su café sobre la mesa.

Estoy imaginándolo cerca.
Ahora es solo aire,
mi yo hablando al vacío,
un recuerdo más para el tanatopractor.
No lo sabía en ese entonces.
No lo hubiera sabido,
ni si lo hubiesen contado.

Pan caliente,
huevos, té y el amor flotando.
Tenía más sentido todo,
tenía más sentido yo.

Él se envuelve en el cobertor
y me mira.
Todo por la rendija
entre la puerta y la pared de la alcoba,
yo le beso la mejilla
en un intento furtivo a distancia.
Me devuelve el ademán,
es lunes.
Debo hacerle caso a la prisa,
el trabajo no espera,
pero me cuesta…

Le miro la piel.
¡Cuánto extraño ese extenso órgano tan mío!
Ese camino de un metro setenta,
que hilaba poros en sucesión.
Porque era solo mío.
Es de uno lo que se conoce en olor,
de centímetro en sentimiento.
Mío aunque no lo hubiese podido pagar
con tanto amor por aquel tiempo.

Huele a chocolate,
murmuraba.
Y yo,
al café lo convertía en moccacino.
A su pedido,
a su voz.
Ojalá pudiera despertarme
de la indigna lucha por olvidarlo.

Se menean sus muslos,
entre los hilos egipcios
y el peluche (regalo) de febrero…
Y yo,
yo le repito que lo quiero.

Es martes.
Ayer fin de mes.
Su cumpleaños,
nuestro aniversario.
Llega el mail programado
en su ausencia que jamás veré.
Preparo entonces,
mi último café.
Lo vuelvo a ver entre el espacio
que deja la puerta y la pared,
me hace de la mano.

Le doy vueltas al vaso,
cianuro de potasio
y dos cucharadas de café.
Lo bebo, lo veo de nuevo
y me marcho con él.

Vegetativo

Me han hablado tanto de ti
esta sórdida noche.
Mientras aquí
yace mi cuerpo mudo.
Te han descrito como nunca,
como antes,
como siempre.
Y sin saberlo,
ahora que recuerdo,
he estado constantemente tan cerca,
tantas veces.
Un constructo ajeno refirió
tu aliento de hiel.
Y “lo inexplicable de tu silencio,
tu oscuridad infinita
y el miedo letal”.
Todo, ha ido coincidiendo
en una última mirada,
en los últimos abrazos:
El de mi abuelo,
el mi abuela,
el de mi amigo y el que ahora me dan.
He rozado tu manto,
tus huesos y tu voz.
Te he sentido en la casualidad,
en el accidente,
en la espera…
Me han enviado tus palabras,
los sueños,
el hospital,
las caídas
la soledad…
Y el susurro del demonio tentándome
a absorberme a mí misma.
Y ahora,
está esta pasarela de cuerpos
invisibles a mi nuevo estado,
rondándome,
juzgándonos;
sin que sepan que tú y yo
no somos más enemigas.
Me pregunto,
mientras ellos parecen
otra vez hablar de ti,
si tú eres feliz con lo que dicen.
Antes,
era horror, tu solo sustantivo.
Y ahora,
que tu piel descascarada se une con la mía,
te veo distinta.
Estás cambiada,
ya no eres susto,
Das gusto… Y ¡qué gusto!
Parece que a lo lejos
me invitas a seguirte.
Estás radiante,
preciosa,
bendita.
Meditas sin rostro a distancia,
y a la vez tomas mi mano.
Omnipresente,
ausente,
consciente.
Lo soy todo y nada en tus labios
que pronuncian mi nombre, repetidamente.
Estoy para entregarme a ti,
mientras las plegarias
me llaman desde las raíces.
Y no quiero oírlas.
Ya no quiero oírlas.
Ahora solo quiero tus frases cortadas
que indican caminos que se construyen mientras floto.
Que me dejen en paz
los vicios del amor terrenal,
de la esclavitud emocional.
Porque ya no quiero oírlas.
Ya no quiero oírlas.

Ablación

Privilegio de Occidente,
razón de horror del otro lado.
Placer desconocido en Oriente,
al otro extremo, no encontrado.

A alguien le han dicho donde quedaba.
Se ha sorprendido de no saber.
¿Cómo recordar lo que no estaba?
¿Cómo imaginar lo que nunca fue?

Le dijeron que era bautizo,
limpiarle el alma, purificación.
Le dijeron que su papá así lo quiso,
que no se discute lo que dice el varón.

El paraíso le fue arrebatado
aún cuando no balbuceaba ni ‘sol’.
Y ahora que quiere que la amen abajo,
no puede sentir allí el calor…

Le cuentan sus amigas ya en la universidad
a la que escapando de casa, ha podido entrar
que hay cosquillas y unicornios
que jamás verá…
Que sienten pena por ella,
porque tampoco pudo huir de la maldad.

Más, no se aflige sino que lucha
en nombre de ella y las demás
que se desangraron en aquel bautizo
que no llegaron su historia a contar…

Ayúdame a morir

Dolor, estupor…Estoy inerte.
Ha llegado la hora.
¿Miedo, mi bien?…Suerte.
El final no demora.
Te necesito.
¿Puedes no quererme?

Sudor y un hedor fuerte.
Tú, mi valiente en mente.
¿Me darás una mano
cuando te pida la muerte?
Y solicito, también,
me muestres los dientes.
Como la primera sonrisa
allá por el cincuenta y siete.

Concentración y calma.
Necesito tu paz y tu olor.
Acaríciame de las manos, las palmas,
ten piedad de mi extenso dolor.
Y no temas,
contigo está mi amor.

Frío. Calor. Gotas.
¿Serás capaz de colgar mis botas?
Te busco porque has sido mi compañero.
De todas mis aventuras, el primero.
Solo pido descanso.
¿En eso hay algo de malo?
Solo ruego que no lo juzguen,
puedo dar fe de haberlo amado.

A menudo. Mañana. Siempre. Otra vez.
Que te llamarán culpable, lo sé.
Que podrás enfrentarlo, quizás.
Que voy a protegerte, desde allá.
Envíame al cielo o al infierno,
todo es mejor que el sufrimiento.
Desvía este tren de un solo pasajero,
déjame morir – por favor – lo anhelo…

Cuerpo presente

Llueve.
Creo que el cielo te siente.
Y quiere limpiarte,
también hacerme consciente…

Llueve.
Y estridulan los grillos,
y mi alma se muere,
y la pena me puede…

Llueve,
Y la patraña inconsistente
de aquel ‘cuerpo presente’
es una mala expresión.
Y llueve.

Me reduzco a tu recuerdo.
Y tengo tus dedos,
tocando mi voz…
Mientras llueve.

Rememoro tus momentos:
enseñanzas de amor,
juramento de respeto.
Y, más te quiero, si llueve.

Y llueve.
Y las gotas de cielo,
se llevan la sal y el dolor
de tu nombre.
Y las células mías te releen
en la historia de un gran hombre.

Todo eso, mientras llueve.

No existen libros…

La muerte y la vida están listas.
Hijas del tiempo, guerreras decididas,
disputándose el reino del destino en cada cuerpo,
en cada inhalación que hace vibrar un ser…
Segundo a segundo.

Espían detrás del umbral de la suerte,
nos ven pasear de la mano del minutero.
Nos vigilan cautelosas
en el paso por aquel día,
aquel día de ese aniversario
que aún desconocemos.
Ese último sin confirmación,
pero con un ‘aprobado’ tatuado a la condición
de mortalidad, desde el inicio.

Desde aquel trono soberbio y piadoso
nos mira aquella para la que estamos hechos
desde el principio,
la que nos recibe con amor frío
al final del camino.
De la que solo me libro
si escribo y publico.

Frío en el más allá

Este es el manifiesto,
de mi alma y de mi cuerpo:

Si me muero,
cubridme la piel.
Viva he temido al frío,
siempre al calor fiel.

Y si muero,
organizadme una fiesta;
que la gente me regale
una sonrisa entre la tristeza.

Y si muero, traed para beber,
un whisky fino, tal véz escocés.
Y que los hielos enfríen,
el dolor del ser.

Envolved mi cuerpo,
dejad el ataúd cubierto.
Pintad mi rostro,
pero dejadme los ojos abiertos.

Y si muero,
tocad la canción de sonido incierto,
para gastar en la eternidad
el tiempo en componer un concierto.

Comed en la cena,
tomad muchas fotos.
Salid a la lluvia,
haced alboroto.

Que se va mi cuerpo en este manifiesto.
Como última voluntad, es lo que decreto.
Que se va mis vida en este escrito terco.
Como última voluntad, esto es lo que quiero.

Solsticios

Los alcanzamos a ratos.
Y, brillamos como si no hubiera mañana
para apagarnos de inmediato
al pie de nuestras sucias ventanas…
Somos los malditos solsticios de cuentos.

Abrimos el pecho,
brotan los árboles por sobre los techos.
Abrimos las piernas
y somos entre nosotros,
deliciosa carne en venta.
Solsticios de infierno,
solsticios de versos…
Afamadas historias de ego incompleto.
Somos lo último que queremos amar,
amándonos de nuevo.

Y no hay milagros
que nos salven de la condena.
Vamos hilando las penas,
en el superficial perdón.
Y no hay agua que llene
los pozos secos de una sed encubierta
esto es solo el comienzo,
de dos
que arriesgan inútilmente el corazón.

En nuestro solsticio,
se secan las vidas,
que resurgieron
de manera aparente.
En nuestro solsticio
florecen las cosas,
que con el mismo calor
se condenan a la muerte.

Y las ideas de angustia forman colmenas,
y las ansias de cambiarlo todo, enferman.
En nuestros vanos solsticios de verano,
abarcamos la galaxia con las manos.
Pero…
quemamos los cuerpos,
quemamos los ojos,
quemamos el derecho,
quemamos el enojo,
y nos llagamos la piel…
Y no nos queda nada.
Nada.