Barbián

El núcleo vibra,
la humanidad llama.
Están ante el placer,
mal llamado pecado.
Y mientras chirrían los dientes
en fingida timidez,
le lanzan fuego
sus dos cuencas desde sus pupilas.

Le toca la piel por debajo de la ropa,
le habla al oído mientras suben al sexto.
Ella es la jovenzuela inocente, tú, el experto señor.
¿En qué esperas que se convierta?
Ella es arcilla en tus manos,
puedes disponer como quieras

Pero, te ha mentido.
En lo que has puesto el piso,
se revela y desliza la mano
por encima del asta que guardas bajo el vientre.
Tienen ciento veinte segundos
antes del juicio repentino
de los ojos de quien cree tenerla.

Encienden las alarmas del cuerpo,
atoran el viaje del viejo ascensor
y se despiden de esta tierra
en un astral recorrido de lujuria.
Manos que suben a los senos,
senos que acogen un miembro,
vientres que se hacen un favor.
Son dos masas fundidas en una.

Él hace nacer nuevas estrellas en su firmamento y ella le deja pasar la vía láctea que se fabrica en su interior hacia su espacio vacío.
En un jadeo conjugan sus miedos.
Y en un suspiro cortado,
se desvanece el deseo.

Puertas abiertas,
una luz en el pasillo.
Pasos lentos,
se sube el calzoncillo.
Y ella sonríe como muñequita de percha en supermercado
para aquel que se la lleva en prenda, en papel de regalo.
Él finge serle extraño,
y ella se despide en la más fría de las formas de aquel Barbián.

Centavos

La calzada fría no tiene piedad.
Y yo, no la tengo tampoco.
Si viene, irresponsablemente a buscarme
¿Qué puedo hacer yo?
¿Me permito no comer esta noche?

Subo a su auto,
consciente de que será víctima.
Y yo, victimaria: verduga, enmascarada en una falda.
La candente historia entre mis piernas
es su debilidad,
le gustan las almas sueltas.

Y mientras la luna conjuga mis pesares con sus rayitos plateados,
y me cosquillea el estómago por falta de alimento,
me esmero por parecer más sexy, más alta, más flaca…
Aprieto el estómago y debajo de mis piernas,
la cruz de mi madre
que llevo pegada al interior de la corta falda.
Pienso – es más, estoy segura – que sostenerla fuerte
entre mis putos dedos,
me salvará de un posible arranque de rabia,
en donde consuma sus problemas y su odio.
Me ha pasado.
Ser del viejo oficio,
con rápido y superficial beneficio,
provoca heridas que aparentan sanar en el cuerpo,
pero, dejan sangrando el espíritu.

No obstante, me siento.
Corro el cinturón, lo abrocho,
el habla de hotel, luego de casa, luego de amigos.
La tarifa es más alta, le digo.
Mete su mano caliente y áspera bajo la falda gris,
y yo pongo el ‘putímetro’…
Me ha resultado trabajar por tarifas a cada movimiento, recalco…
Eso ya son 5 dólares.
Y a lo profundo son 7.
Y si te los llevas al paladar, 10.
Puta fina, responde…
Se limpia los dedos.

Finísima la delgada línea entre la mentira del tiempo extra
y mi presencia aquí como copiloto con ese anillo, cariño.
Me mira,
logro fijar sus lámparas azules en mi rostro.
Me toca la cara, me ahorca despacio, como jugueteando…
Conducimos por una callecita vieja,
con una hilera de luces y un viejo que cruza,
Que pide, que limpia, que vende…
Una que otra amiga me reconoce,
y me hace de la mano, discretamente,
como limpiándose la frente.

Uno que ofrece rosas, se acerca a la ventana.
Él compra un ramo, me pide que lo acepte.
¡Puta madre! ¿Desde cuándo regalan estas cosas, los clientes?

Toma mi otra mano, está erecto.
La meto. Está caliente, pero,
siento algo diferente.
No tiene pelos, pero no pincha.
¿Qué pasa? Le pregunto.
Se quita el sombrero.
Tiene cáncer. Lo sé.
La luz tenue me mira enfadada.
Quise dañarlo, contagiarlo, castigarlo.
Ahora indago más y sé que se muere.
Que correcto ha sido su vida entera
y siente que no ha vivido.
Que quiere adrenalina en la sangre.
Enmudecemos.
Y llegamos al más random de la avenida.
Un hotelucho viejo pero aún decente.
La cama tiene rosas y una botella de whisky barato.

Le digo que no puedo hacerlo.
Que no quiero que muera más rápido que yo.
Me mira con lástima.
Yo, con ternura.
Dos almas solitarias, a punto de enfrentarse
al más allá, inexplicable y desconocido.
Me toca la cintura, que quiere que lo ayude.
No le pregunto más.
Lo toco con mis manos tersas,
Me acerco su miembro a mis labios…
No me atrevo.
Lo suelto. Bailo para él.
Se descubre entonces así mismo.
Agita el asta de su gran bandera
hasta que dejo que desfogue su blanco manantial,
por encima de mis senos…
Me abraza. Lo abrazo.
Saca el dinero, le digo que no quiero.
Que su sonrisa me ha pagado más de lo que espero.
Se marcha diciendo ‘a mañana no llego’.
Mas, me voy contento.

Lo leo en el diario matutino.
Ha muerto.
Vicepresidente de un banco importante,
con una esposa, tres hijas y un perro.
Lo quiero…
Siempre diré que esa noche, para mí, fue un año entero.

Sexy lingerie

Rojo, negro, verde, gris,
si me las compro, que sean para mí.
Unas ‘bridal intimates and babydolls’,
para casarme con mi propio amor.

Disfrutar que me acaricia cada encaje,
y ver como las formas, se funden con los tatuajes.
Verme al espejo, tan dulce y tan sensual,
hablarle a mi reflejo de lo que quiero comprar.

Halagarme desde el derroche
de unos centavos sueltos,
para fundirme en las ganas
de conocerme todo el cuerpo.

Y explorarme hasta los más íntimos
y recónditos rincones.
Saber que me gusta y me enfada,
mojarme sola los pantalones…

Darme el derecho de ver mis carnes
saliendo o quedando justas.
Decirme que me gusto entera,
que nada me avergüenza o me asusta.

Ser infinitamente yo,
en sexy lingerie
y de veras, en serio,
apoderarme de mí.

Abrazarme los muslos desnudos
y girar entera en toda la cama.
Hacerme en las manos, fuertes nudos,
jadear desde la imaginación, con ganas.

Y permitirme ver a la divinidad excelsa
en cuanto toque el cielo,
a punta de roces contra las esquinas
y la profundidad de mis propios dedos.

Quedarme mirando mis senos de reojo
que el cabello se mezcle con el sudor de mi antojo,
que exista solo mi mente y toda la creatividad
que puede volverme demente y extasiarme hasta acabar.

Sextual

Montaré cual virgulilla tu texto.
Decretaré:
No solo sueno,
soy tu sueño.
Decretarás:
No soy Dana,
soy quien te daña.

Y mientras acuñan a mí,
tu deseo.
Te acunan mis brazos
junto a Morfeo.
Y mientras dices
me encanta tu nata.
Yo digo,
me fascinas ñata…
Y voy montando tus textos.
Aprovechando
cuando no está tu nana.
Dejas de ser mi amiga,
no eres más mi ñaña.

Montaré cual virgulilla tu texto.
Y me permitirás desde el lenguaje
llegar contigo más lejos.

Efecto deliberado

No cargues con las culpas
si el placer es grande.
Acurrúcate entre mis piernas,
que los cuerpos se ablanden.

Y que la exótica comisura
de vuestros labios rojos
sientan la textura
de mi cierre y los cerrojos…

Que los vestidos aprietan
si las mentes se abren
y que las ganas se rieguen
si sirven vino más tarde…

No tengas miedo de leerme,
soy para ti biblia abierta.
Y si vas a creer en mis palabras
deposita tu fe en mi lengua.

Teme el momento de confesión
en el que escuches todas las campanas.
O dime si tocando, tal vez solo una,
estarías dispuesto a rezar si pasas.

Y no posee pelos en la lengua
si esperas pureza y letanías.
No quiere mi cansancio una tregua,
dispuesta estoy a aprovechar tu compañía.

Menciono: Sin piedad plantea fantasías
que voy enterrando todas mis costumbres;
que el constructo de la mujer víctima
se entierre hasta la muerte bajo el disfrute.

 

Ablación

Privilegio de Occidente,
razón de horror del otro lado.
Placer desconocido en Oriente,
al otro extremo, no encontrado.

A alguien le han dicho donde quedaba.
Se ha sorprendido de no saber.
¿Cómo recordar lo que no estaba?
¿Cómo imaginar lo que nunca fue?

Le dijeron que era bautizo,
limpiarle el alma, purificación.
Le dijeron que su papá así lo quiso,
que no se discute lo que dice el varón.

El paraíso le fue arrebatado
aún cuando no balbuceaba ni ‘sol’.
Y ahora que quiere que la amen abajo,
no puede sentir allí el calor…

Le cuentan sus amigas ya en la universidad
a la que escapando de casa, ha podido entrar
que hay cosquillas y unicornios
que jamás verá…
Que sienten pena por ella,
porque tampoco pudo huir de la maldad.

Más, no se aflige sino que lucha
en nombre de ella y las demás
que se desangraron en aquel bautizo
que no llegaron su historia a contar…

Si estamos de acuerdo

Si derramo sangre,
es mermelada de cereza corporal.
El dolor es aguantable,
siempre que aprobemos jugar.

Máquina para rasgar la piel:
látigo suave al tacto-caricia.
Si llevo en mí la malicia,
el límite lo pones después.

Diente a diente, pelo a pelo.
Morder los poros puede estar bien.
Frente a frente, hoy me desvelo.
Firmemos la carta, tortura fiel.

¿Y qué hacemos si nos viera el cielo?
Probarle que ascendemos hacia él.
Interviene el diablo en tu golpe seco,
se queda inconsciente el miedo de ser.

Fuego: llamas en la punta de la ropa otra vez.
Me arde la lengua pero soporto probarte.
Dejas marca en mis glúteos y te ríes si me ves.
Me gritas que no deje de ahorcarte.

¿Nos perdonará el pudor que ya nos odia?
¡Bah! ¡Que se santigüen los siguientes intentos!
Las heridas abiertas en la cicatriz y la memoria.
Rogarás que te arañe en aquel aposento.

Y la sangre se mezclará
con el olor de tu agua sal.
Y el deseo será al dolor,
lo que el placer al éxtasis.
Y la maldad se enrederá,
con la complacencia de amar.
Y la perversión será al furor,
lo que la hipótesis a la tesis.

Y te probaré y me probarás,
que en la cancha no hay ningún daño,
si decidimos lanzarnos igual
del mismo oscuro peldaño.
Y te rasgaré hasta el final
la idea del puritano sexo.
Arriesgaremos por disfrutar
del dolor humano en exceso.

Asamblea corporal

Murmuran en la sala.
Se oyen ruidos en el comedor.
Zapateos por la casa.
Risitas y golpes cerca del velador.

Una sexy sombra aparece en la estancia.
Un gordo macizo se contornea en la habitación.
Una mujer desnuda que parece ser anciana.
Un joven adulto que ha perdido su pantalón.

Todos llegan vergonzosos.
«Unos tragos mesero, por favor»
Para que se quiten los miedos prejuiciosos.
fluya el deseo, se vaya el pudor.

Voltean a verse las mil cicatrices,
se fijan en la única prenda: el reloj.
Se sienten como meros aprendices.
Se tocan temerosos de su rol.

¡Bienvenidos a esta asamblea corporal!
Se escucha a una joven muy guapa gritar.
‘De la ropa, todos se van a olvidar,
y momentáneamente de los valores se despojarán.

Atrás, si a sus madres les pedían permiso.
Aquí vienen a ejercer el más viejo oficio.
Y aunque realmente, es solo un instante,
hagan lo que en serio anhelan y les place.

Se resbalan las manos por los senos fríos,
el aire muy bajo ha congelado lo prohibido.
Acuerdan someterse a uno que otro desafío.
Besarse los fetiches del ayer, desinhibidos.

¡Tócale el faro que está cual sultán!
No tengas miedo de su nombre no hallar.
Las conversaciones están aquí de más…
¡Bienvenidos a la atrevida asamblea corporal!

En los filos de los labios
de los cientos de entrepiernas
se escondes legendarios,
mil secretos y cien leyendas.
Bésalos, tócalos,
engríelos con la lengua.
Devuelve el favor al compañero,
cae bajo sus piernas.

No tengas miedo de usar también tus manos.
Experimentando se hace ejercicio sano.
Sube, baja, acaricia lo que puedas.
Toma asiento adelante y detrás, como quieras.

¿Más gente? ¿Menos reglas?
Entusiásmate con uno, con dos, con tres,
con cualquiera.
¿Menos gente? ¿Más ligera?
Agita duro el frasco
si quiere queso crema.

Habla, observa, gime, tu oportunidad primera.
Una diferente sin leyes, sin opinión y sin pelea.
Una en la que no se juzga si votar no quisieras,
una en la que el derecho de disfrutar se sincera.
¡Bienvenidos todos a esta asamblea!

Después de las doce

Mis manos, las suyas
y un pedazo de la mesa:
una historia llena
de sensualidad y belleza.

Me toca, lo exploro,
me explota la cabeza.
Nos miran, sonreímos…
Arriba ‘nada’ a ciencia cierta.

Mis piernas, las suyas,
y los cierres ya no cierran:
la idea de abrirnos,
nos delata en la imprudencia.

Me toca, lo toco,
me cosquillea la inocencia.
Nos observan, los miramos…
Nadie imagina aquella experiencia.

Mi ropa, la suya,
se rozan, se encuentran…
Se han saludado otras veces,
nunca han estado tan cerca…

Los labios se enredan
en nuestras propias muecas.
El verso que versa,
lo recubre la impaciencia.

Me marcho, se marcha,
nos vemos en la alberca.
Se tiñen de arcoiris
los susurros de la espera.

Desnudo, desnuda,
nos unimos en certeza.
Me admira, lo aprecio
estamos llenos de rarezas.

Se escabulle, lo abrazo.
Se nos escapa la pureza.
Me prueba, lo palpo.
Su piel me sabe a cereza.

Escudo ‘anti-gente’
un beso sempiterno,
que me da en la frente
mientras acaricia mis senos.

Termina, termino,
de ponerme el amor por dentro.
Nos despedimos, quedamos,
otra ocasión nos verá revueltos.

Ajenos

No digas nada.
Si quieres ‘hacerme’ el amor
desátame el nudo del ombligo.
Y ni menciones que me amas.
No me jures con palabras.
Solo dame esta noche
y que sea breve, sin lamentos.

¿Ya ves?
¡Alguna vez intentamos!
Nos detuvimos en promesas
y no obtuvimos más que desaciertos.
Ahora quedamos incluso libres
de impresiones,
de interpretaciones,
de dudas,
de enredos.

Si no somos, entonces estemos.
Como dos desconocidos
iniciando una plática en el metro.
Andemos perdidos olvidando todo el ‘parapeto’
seamos ajenos al tiempo,
al espacio,
al formalismo,
a la cruz de la paciencia o la espera.
Solo estemos.