Volver al mar

Con la misma paz
de un mar en calma,
me reciben tus manos,
tus abrazos
y tu voz.

Y yo,
yo voy mojándome los pies
en tu dirección.
Besando
el horizonte de tu cuerpo
y disfrutando
de las nubes en tus ojos.

He vuelto a la playa del amor
pescando generosa compañía,
construyendo castillos de arena para el recuerdo.

He vuelto al amanecer
colgada en la orilla de tus labios,
y sintiendo tus poros
en la arena fría bajo mis pies.
De vuelta en las aguas profundas de tu querer.

Café sobre la mesa

Cotidianidad bendita y
desconocida:
Él yace desnudo en la cama.
yo coloco su café sobre la mesa.

Estoy imaginándolo cerca.
Ahora es solo aire,
mi yo hablando al vacío,
un recuerdo más para el tanatopractor.
No lo sabía en ese entonces.
No lo hubiera sabido,
ni si lo hubiesen contado.

Pan caliente,
huevos, té y el amor flotando.
Tenía más sentido todo,
tenía más sentido yo.

Él se envuelve en el cobertor
y me mira.
Todo por la rendija
entre la puerta y la pared de la alcoba,
yo le beso la mejilla
en un intento furtivo a distancia.
Me devuelve el ademán,
es lunes.
Debo hacerle caso a la prisa,
el trabajo no espera,
pero me cuesta…

Le miro la piel.
¡Cuánto extraño ese extenso órgano tan mío!
Ese camino de un metro setenta,
que hilaba poros en sucesión.
Porque era solo mío.
Es de uno lo que se conoce en olor,
de centímetro en sentimiento.
Mío aunque no lo hubiese podido pagar
con tanto amor por aquel tiempo.

Huele a chocolate,
murmuraba.
Y yo,
al café lo convertía en moccacino.
A su pedido,
a su voz.
Ojalá pudiera despertarme
de la indigna lucha por olvidarlo.

Se menean sus muslos,
entre los hilos egipcios
y el peluche (regalo) de febrero…
Y yo,
yo le repito que lo quiero.

Es martes.
Ayer fin de mes.
Su cumpleaños,
nuestro aniversario.
Llega el mail programado
en su ausencia que jamás veré.
Preparo entonces,
mi último café.
Lo vuelvo a ver entre el espacio
que deja la puerta y la pared,
me hace de la mano.

Le doy vueltas al vaso,
cianuro de potasio
y dos cucharadas de café.
Lo bebo, lo veo de nuevo
y me marcho con él.

Piedad a destiempo

Eras otro.
Éramos otros.
Ahora extraños,
tuertos de espíritu.

Era otra.
Éramos otros.
Antes almas fundidas,
carne en frenesí.

Eres lo que han hecho de ti, mis años.
Soy lo que has hecho de mi, contigo.

Me vi pasar, sin recuperarme.
Dejé que la ingenuidad me abrace.
Y la costumbre se abrió paso
y ennegreció el camino, nuestra paz.

Frente al río, sostengo tu mano.
Me miras como encontrándote en la ceguera.
Y me agarra las piernas, la temida pregunta
¿qué hizo tu actual yo con lo que era mío?

Frente al río, con todas tus arrugas,
me tiendes el brazo sobre la cintura.
Y me arrojas lentamente en un empujón.
Te lo he pedido. Se acaba todo.

Te miro ansiosa y te encuentro,
en la piedad de un matón.
Me agarra ipso facto tu cansancio,
me pide que me quede. Te dices que no puedes.

Es la quinta vez en este mes.
Te odio, me odias.
Te amo, traspasando mis siete vidas.
Me amas, escondiendo el traje a la muerte.

Volvemos a casa.
El cabello del pasado vuela hacia la calle.
La altretamina deja sus huellas.
Me duele el cuerpo, me dueles tú.

Y te odio
porque pareces amarme cada vez más.
Viejo bruto, viejo tonto,
déjame marchar con el sufrimiento,
a su compás.

No vengas conmigo,
pierde la paciencia y la calma.

Me duermo.
Y en el trance de mis recuerdos,
estamos los dos suspendidos en el cielo.
Corren por allí nuestros hijos,
nuestros nietos.

No me cures más,
sé grosero.
Deja que se me seque el verso.
No me des más de beber.

Deja que me acabe.
Conjuga tu maldad sobre mi cama.
Ahógame con la almohada.
No quiero pedirte más nada.

Solo tu piedad a tiempo,
y tu decisión descascarada de amor.
Eso sí, guárdame el secreto.
Debo morir yo para que vivas vos.

Mis mañanas

Te doy los buenos días
y mis oídos reciben el milagro
de tu respuesta desde el susurro.

Te toco la piel por centímetros
con la punta de mis dedos secos…
Y aún así no te enfadas,
te mueves,
recibiendo en cada poro el gusto de mi piel.

Me froto contra tu cuerpo buscando tu trofeo,
y él, se entrega a mí…
Sin pedírselo, solo insinúo.

Y nos regocijamos en el silencio de una mirada
y luego en el sonido de los labios y…
la saliva viajando entre nuestras bocas.

Y entrelazamos las piernas
como sogas que evitan una caída,
como un hilo enredado
que está feliz y es fuerte así…
Y entramos en un profundo trance que sabe a paz…
¿A qué sabe eso?
En la lengua sentimos el dulzor de una mañana,
de una oportunidad de abrir los ojos y vernos
y amarnos,
y hacernos…
Una y otra vez, el amor.

De él, sus besos…

Un beso que atraviese el sentimiento
y se convierta en razón.
Un beso de tu boca, amado mío,
que vaya directo al corazón.
Un beso que también traduzca
las lenguas de todos los mundos,
un beso que se lleve de mí
lo raro, lo meditabundo.

Pero…

Un beso que también sea
elixir de la locura,
de aquella necesaria
para enfrentarme a la cordura,
de aquellos que no creen
en la grandeza de este honor,
de aquellos que no aceptan
que se construyen en el amor.

‘Inhalable’

La perfección de lo imperfecto:
Lo que cabe en el justo espacio.
Lo que ocupo si sobra,
lo que llena si falta.
Tú.

La calma de lo incontrolable.
El clímax de lo inimaginable,
el suspiro del convaleciente,
el minuto de decisión,
el accidente,
la recuperación,
el tiempo,
la vida,
la muerte.
Tú.

La versión de lo más crudo,
la ilusión de la niñez,
la única respuesta real,
la espera,
la dicha,
la suerte,
la eternidad.
Tú.

La creencia de mi distinto-igual,
de la compañía,
de mi par.
El ícono de placer,
la voz de la consciencia,
la dulzura de la mentira de la inmortalidad,
la especial piel que puedo inhalar: Tú.

A solas

En el inmenso cielo
se cuela el sol entre las nubes
hasta llegar
a la casa de tus ojos.
Y allí estoy yo,
frente al vasto mar y sus olas
amándote en el efímero presente.
Con la arena bajo los pies
y el agua en las entrañas,
guardándote en el momento
para cuando estés ausente.
Y perdón, si te aprieto tan fuerte la libertad,
solo quiero que te quedes.
Y perdón, si te acompaño en la debilidad
no quiero que nada me aleje…

La Ninfa de Manuel

¿Cómo se vive sin recuerdos
y se sonríe sin saber más de ellos?
La mira y le pide que no se muera,
cuando a quien debe pedírselo
es a la propia muerte.
Y sin embargo,
a través de sus sonrisas,
ella ‘deja de morir’
un año más.

Él tiene 71 y ella 86.
Él es el motor de su espalda,
la silla de ruedas,
su noble corcel.
Ella era Ninfa; él, Manuel.
Ella casi una quinceañera,
mayor que él.

Sentencia platicando con nosotros:
«Ha sido conmigo una buena mujer»,
casi medio siglo enamorados,
se pueden entender.
Los miré y me dije,
¿aún en esos amores se puede creer?
Volteé para revisar mi historia,
había perdido la fe.

Pero, allí estaban ellos:
Ninfa y Manuel.
Con sus pestañas postizas y
su pelo negro en tupé;
que nos les faltaba elegancia
ni en el alma, ni en lo que se ve.

Allí sentada estaba Ninfa,
y de pie, la cuidaba Manuel.
Ella en un mundo de fantasía,
él peleando justicia
para no dejarla ser.
Ella huía en unicornios grises,
él la traía de vuelta otra vez,
en la magia bendita de su fuerte querer.

Mía Ninfa, mío Manuel,
condúzcame por los secretos
que los llevaron a entretener
al destino, a los obstáculos y alejarlos de usted,
cualquiera de los dos aquella petición
se los ruego, deben responder.
¡Eterno amar de Ninfa devuelto por Manuel!