Solsticios

Los alcanzamos a ratos.
Y, brillamos como si no hubiera mañana
para apagarnos de inmediato
al pie de nuestras sucias ventanas…
Somos los malditos solsticios de cuentos.

Abrimos el pecho,
brotan los árboles por sobre los techos.
Abrimos las piernas
y somos entre nosotros,
deliciosa carne en venta.
Solsticios de infierno,
solsticios de versos…
Afamadas historias de ego incompleto.
Somos lo último que queremos amar,
amándonos de nuevo.

Y no hay milagros
que nos salven de la condena.
Vamos hilando las penas,
en el superficial perdón.
Y no hay agua que llene
los pozos secos de una sed encubierta
esto es solo el comienzo,
de dos
que arriesgan inútilmente el corazón.

En nuestro solsticio,
se secan las vidas,
que resurgieron
de manera aparente.
En nuestro solsticio
florecen las cosas,
que con el mismo calor
se condenan a la muerte.

Y las ideas de angustia forman colmenas,
y las ansias de cambiarlo todo, enferman.
En nuestros vanos solsticios de verano,
abarcamos la galaxia con las manos.
Pero…
quemamos los cuerpos,
quemamos los ojos,
quemamos el derecho,
quemamos el enojo,
y nos llagamos la piel…
Y no nos queda nada.
Nada.

Ante el mal…

Un ramillete de hierbas
se sacude sobre mis piernas.
Y mi abuelita está atenta;
me han embrujado la cabeza…

Una pulserita roja
para el mal de ojo.
Dicen que por eso se nota
en mi rostro el enojo.

Un buen té de valeriana
para mi susto de anciana.
Y un rosario sobre mi cama
para que nadie me «hale las patas»

Y por último…

Un huevo rosado,
pasa por un costado.
Me limpia la mala vibra
que me llega de todo el barrio.

Y aunque suena inexplicable,
lo que aún no es comprobable,
mil brebajes y tradiciones después
logro por fin recuperarme…

Y en la hierbaluisa de la tarde,
que parece hacer algún alarde,
se reúnen a pequeños y grandes
para las tradiciones contarles.

Jamelgo

No conoce su historia ni el sol.
Aquel que provocó sed en sus entrañas.
Y tampoco la brillante luna,
que lo acompañó mientras lo cabalgaban.

Famélico, ojeroso,
un poco desdentado…
Habría recordado el camino
de no haberse desmayado.

El agua de la lluvia cayó sobre su cara.
La prisa asustó a quienes lo miraban.
¡Dónde he llegado en tan oscura noche!
¿Habrá sido mi dueño ‘Moreno vil fantoche’?

Exacerbado, adolorido,
con la sangre aún chorreando,
no habría de reconocerse
ni aunque lo hubieran maquillado.

Su piel abierta en partes,
dejaba ver un hueso,
y sus herraduras de ‘Rocinante’
herían su piel en exceso.

Había perdido el rumbo.
No distinguía el horizonte.
Sin embargo, otro abandonado vagabundo
lo consoló al verlo sin norte.

¡De dónde has venido y hacia dónde vas?
Me he perdido en la noche sin poder regresar.
Pero, ¿de dónde has venido y hacia dónde vas?
Déjeme que quiero buscar la respuesta en paz.

El jamelgo agotado, no podía ni hablar…
¿Me deja ayudarlo señor sin nada esperar?
No confío en su bondad repentina,
ni en su sonrisa fugaz.

El hombre volteó enseguida
con su espalda sin cerrar.
El cansado corcel vio su columna
y sus heridas a matar…
¿Cómo pretendes ayudarme,
si tú tampoco puedes más?
Desde la fortaleza de la compañía
y la capacidad de alentar.

Jamelgo y ofuscado,
sin comprender cómo reaccionar
entendió que desde el dolor,
también se puede ayudar.
Que la empatía y la entrega
no es algo solo de bienestar
que en el sufrimiento y la pobreza
la mano se puede entregar.

¿Me deja disculparme por refutar?
No merece pedir permiso el perdonar.
Déjeme compartir todo con lo que pueda contar,
déjeme aceptar el elixir de su alegría
para mi vida mejorar y continuar.