Su nación la dejó ir.
La aconsejó, la motivó, la empujó inconsciente
la desnudó de esperanzas y le dejó ver el futuro.
Así, se convenció de lo inevitable:
un camino, nada de planes, y su vida en un equipaje.
Cruzó la inexorable frontera de sus dolores,
y se mantuvo bebiendo de las mismas lágrimas
que brotaban de sus cansados ojos.
Estuvo preparada para saltar al vacío,
sabiendo que no tenía donde caer.
Y caminó hasta que se desangraron sus ganas,
se arrodilló para clamar al cielo,
mientras alguien más, en su boca terminaba.
Lloró de asco, de impotencia, de engaño,
se preguntó cuántas monedas le daría el cielo,
por su vida.
A esas alturas, a cualquier santo veneraría.
Aunque no creyera en nada, en nadie, ni en ella.
Con hambre de respeto y en la barriga, de alimento,
se desvaneció en la mitad del campo, un martes 2 de enero.
Tres jovencitas y dos muchachos caían también ese ocaso.
Un silencio profundo inmutó a las aves,
y los árboles prohibieron a sus hojas crujir al ritmo del viento,
era el luto de hermanos de tierra, en la lucha por sus sueños.
Y los salvó la delicadeza de la sabiduría:
una abuela y su nieta que recogían claudias y fresas.
Limpiaron sus rostros, bañaron sus cuerpos,
desinfectaron sus heridas, los dejaron dormir.
Cinco días y cuatro noches en trance de recuperación:
pesadillas, fiebres, zumbidos de abejorros alrededor.
Sus ancestrales ritos, a punta de hojas de eucalipto,
les desintoxicaron el alma, los vientres y pulmones.
Y los cantos guturales de María y Rosa,
les alimentaron los oídos de sonidos tribales.
Y empezaron a soltar la verdad en sábanas húmedas,
discursos horrendos de todo el pavor de la mala ruta.
Rosa escuchó en insomnio todas sus tragedias,
habló con sus demonios escondidos, vio también en sus noches,
los abusos de alguna otra lejana infancia.
Les acarició las frentes y en uno de esos momentos,
sintió el clamor de la inocencia en vibraciones de ese mundo.
Despertaron cuando la semana se podía contar con todos los dedos de la mano, bien renovados, siendo otros.
Exhaustas, Rosa y María les invitaron tortillas de trigo,
yuca frita, verde amasado, papaya dulce y chicha en vaso.
Bebieron diciendo adiós. Unos cuantos kilómetros más,
era todo lo que a sus pies pedían.
Fueron tribu en aquel cemento ardiente que los recibió en pobreza.
Descansaron al pie de la calle, comieron de la basura
buscaron de todos ayuda,y finalmente se rindieron.
Y entonces, María y Rosa intervinieron
colándose una madrugada en pleno disfrute de Morfeo.
‘Desde el fracaso, nacemos. Los salvamos para una segunda vida
¿cómo se detienen y nos hacen esto?’
Al ruedo volvieron.
Entre el amarillo del cálido sol, el azul del mar
y el rojo de sus rostros, se levantaron airosos.
Buscaron la forma, se escabulleron de la lástima y le huyeron a la conformidad,
hoy son pueblo dentro de otro pueblo,
voces restauradas de la muerte, del descuido y la soledad,
son constante contradicción de acogida, lucha contra la xenofobia viva…
Son lo que la tierra soltó y floreció en otro espacio.