Asumiendo

Respirar y hundirme.
Hasta donde aguanten los pulmones,
Hasta donde se agite mi voz
en la mitad de la garganta
y mi cerebro la calle de golpe
con el deseo de partir.
En lo profundo de las aguas negras
de la soledad,
allí quiero quedarme un rato.
Inmóvil, atenta, extraña,
fuera de mí…
Contarme la historia en tercera persona.
Verme en el futuro de un espíritu vago,
apreciarme desde el musgo de aquel lago
y dejarme ser, dejarme morir.

Respirar y hundirme.
Tragar toda el agua,
dejarme hinchar por las penas,
soltarme a la soledad,
apreciarme como el pedazo de carne
que soy, que sin lenguaje, ni contexto
no soy más que eso.
Que se entienda, soy construcción de los demás.
Un nacimiento sin nombre,
un humano propuesto
por el pensamiento de alguien más.

Respirar y hundirme
dejando atadas dos anclas
de peso infinito en los tobillos
para no volver.
Me percibí en la utilidad del tiempo
para alguien que pronunciaba mi nombre
desde su necesidad.
Ahora, parece que no existen más llamados.

Y entonces, debo respirar y hundirme,
e irme en la calma del nado de un pez,
en el caminar de un molusco pegado a la piedra,
en el viaje infinito de plancton suelto,
en el reflejo del sol de media tarde,
en el sosiego de no sentirme mas parte
de un aquí.

Caníbal

Voy a hacer y deshacer con la carne
y que la anosmia me proteja
con su santa bendición.
Es el acabose esta noche:
espectros sobre la cama,
astillas de huesos,
pellejos sueltos
y la historia que cobra vida
desde el tapiz rosa que eligió
y que grita desde las paredes
tu nombre, su nombre y el mío.

Me indulto de poder hacerlo
bajo la impía conciencia:
confesión de defensa propia.
Ahora, las papilas saltan
al sabor de la venganza,
plasma, plaquetas, glóbulos,
postres de buena noche
en medio de la locura.

Soy el destino de las culpas
que mis padres no se perdonaron.
Puedo golpearme el pecho
en honor a las apariencias,
mañana, en el culto de las doce,
y limpiar milimétricamente
las salpicaduras de mi descuido;
Mas no voy a pedir perdón,
porque el alma
de vez en cuando merece comer veneno
para limpiarse.
Ella y tú serán parte de mi cuerpo
y se irán con la piedad de la evacuación.

Cuestión de segundos

Caídas que causan
hemorragias internas
que parecen no notarse,
parecen no dañar,
parecen no verse,
pero allí están:
Sangrando a cuentagotas,
sangrando libremente.

No me pidió permiso la tristeza
solo se encerró en mí.
Dejó su charco viscoso en mi alma.
Y ahora, crece día a día conmigo.
Trajo con ella a la desconfianza.
Juntas, conspiraron en mi contra.

Las negué.
Mas se revelaba en el espejo
frente a mí
la hipócrita idea de continuar.
Evaluaba mis contras,
lo que me quedaba,
lo que tenía,
lo que no.
Sacaba cuentas que no cuadraban.

Me retorcía,
me enderezaba
y volvía a empezar.
Pero,
por donde quiera que la mirara,
allí estaba.
Recordando la inmundicia del error,
la estúpida elección equívoca
y la negación de una preferencia
que me había mantenido estable,
en mis cabales,
en sus cabales,
en los nuestros.

Y volvía a la pregunta incontestable
¿qué sucedió?
Una pregunta vacía,
enredada,
ambigua a tantos secretos
que solo él guardaría para siempre.
Mas, también, una duda continua,
ansiosa,
impaciente,
incomprensible,
una que me turbaba el presente,
hacia temer el futuro,
me cuestionaba el pasado.
Osado, mi intento de remachar
algo roto en mil pedazos,
volvía a levantarse como un niño
aprendiendo a caminar
e intentaba pegar con inocencia
todo de nuevo.
Atrevido, mi esfuerzo
de arrancar algo pintado
que dejará huellas,
volvía a recolectar momentos
para dar otro matiz.

Sin embargo,
seguía pasando el tiempo
y la tristeza seguía haciendo de las suyas.
El rencor expandía sus tentáculos en el
diálogo de la habitación,
y ella, un arlequín de la costumbre,
pretendía olvidar sus desesperados planes,
y hacer de cuenta que
no luchaba por desaparecer.

Lo que suelta la tierra

Su nación la dejó ir.
La aconsejó, la motivó, la empujó inconsciente
la desnudó de esperanzas y le dejó ver el futuro.
Así, se convenció de lo inevitable:
un camino, nada de planes, y su vida en un equipaje.

Cruzó la inexorable frontera de sus dolores,
y se mantuvo bebiendo de las mismas lágrimas
que brotaban de sus cansados ojos.
Estuvo preparada para saltar al vacío,
sabiendo que no tenía donde caer.

Y caminó hasta que se desangraron sus ganas,
se arrodilló para clamar al cielo,
mientras alguien más, en su boca terminaba.
Lloró de asco, de impotencia, de engaño,
se preguntó cuántas monedas le daría el cielo,
por su vida.
A esas alturas, a cualquier santo veneraría.
Aunque no creyera en nada, en nadie, ni en ella.

Con hambre de respeto y en la barriga, de alimento,
se desvaneció en la mitad del campo, un martes 2 de enero.
Tres jovencitas y dos muchachos caían también ese ocaso.
Un silencio profundo inmutó a las aves,
y los árboles prohibieron a sus hojas crujir al ritmo del viento,
era el luto de hermanos de tierra, en la lucha por sus sueños.

Y los salvó la delicadeza de la sabiduría:
una abuela y su nieta que recogían claudias y fresas.
Limpiaron sus rostros, bañaron sus cuerpos,
desinfectaron sus heridas, los dejaron dormir.
Cinco días y cuatro noches en trance de recuperación:
pesadillas, fiebres, zumbidos de abejorros alrededor.

Sus ancestrales ritos, a punta de hojas de eucalipto,
les desintoxicaron el alma, los vientres y pulmones.
Y los cantos guturales de María y Rosa,
les alimentaron los oídos de sonidos tribales.
Y empezaron a soltar la verdad en sábanas húmedas,
discursos horrendos de todo el pavor de la mala ruta.

Rosa escuchó en insomnio todas sus tragedias,
habló con sus demonios escondidos, vio también en sus noches,
los abusos de alguna otra lejana infancia.
Les acarició las frentes y en uno de esos momentos,
sintió el clamor de la inocencia en vibraciones de ese mundo.

Despertaron cuando la semana se podía contar con todos los dedos de la mano, bien renovados, siendo otros.
Exhaustas, Rosa y María les invitaron tortillas de trigo,
yuca frita, verde amasado, papaya dulce y chicha en vaso.
Bebieron diciendo adiós. Unos cuantos kilómetros más,
era todo lo que a sus pies pedían.

Fueron tribu en aquel cemento ardiente que los recibió en pobreza.
Descansaron al pie de la calle, comieron de la basura
buscaron de todos ayuda,y finalmente se rindieron.
Y entonces, María y Rosa intervinieron
colándose una madrugada en pleno disfrute de Morfeo.
‘Desde el fracaso, nacemos. Los salvamos para una segunda vida
¿cómo se detienen y nos hacen esto?’

Al ruedo volvieron.
Entre el amarillo del cálido sol, el azul del mar
y el rojo de sus rostros, se levantaron airosos.
Buscaron la forma, se escabulleron de la lástima y le huyeron a la conformidad,
hoy son pueblo dentro de otro pueblo,
voces restauradas de la muerte, del descuido y la soledad,
son constante contradicción de acogida, lucha contra la xenofobia viva…
Son lo que la tierra soltó y floreció en otro espacio.

Pirómano sentimental

Tuviste el descaro
de volverte pirómano
de nuestro imponente
y hermoso bosque…
Cuando nos había tomado
tanto tiempo y esfuerzo,
sembrar
y verlo crecer.

Lo incendiaste de pronto,
lo incendiaste de veras,
le quitaste la ilusión
de renovarse otra vez.

Le prendiste fuego de forma planeada.
Y lo dejaste solo,
mientras ardía sin más:
Evitaste que desde el río,
el agua llegara
desviaste a los bomberos
que quisieron ayudar.

Y me dejaste morirme
abrazada por las llamas,
fingiendo que no me veías,
fingiendo que no estaba más.

Y tuviste la osadía
de ofrecerme una manta,
cuando mi cadáver calcinado,
en el polvo -confuso-
estaba envuelto ya.

Y tu cinismo
parecía ser entonces
preciado líquido vital,
pero, tus excusas
algo tarde y sin hacerte honores,
ya no me podían levantar.

Yo quiero entender
cómo es que resulta juego,
el verdor y la vida de un bosque
enteramente, incendiar.

Natural-esa

¡Todo les parece tan normal!
¡Que les cae del espacio,
que les brota del aire!

¡Todo les parece cotidiano.
Que les llegue a la mesa,
que se lo sirvan entero!

¿Qué hay detrás?
¿Y al frente?
¿Qué hay debajo?
¿Y en sus mentes?

Recursos inagotables.
A sus anchas, a sus largas.
No imaginan lo inevitable,
van a matarse por el agua.

Y yo, yo los miro a 360 grados.

Soy la natural-esa,
a la que le vibra el suelo
para que tu siembres y comas.

Soy tu naturaleza,
aquella que te brinda amaneceres,
la que te lleva el sol a la alcoba.

Soy la natural-esa,
que te provee sin mezquinar.
Soy tu naturaleza,
esa que intentas cuidar.

Mas, se te ha ido de las manos todo ya:
el tiempo,
las leyes,
la vida,
las maneras.
Se te han ido las ganas,
porque nada basta.

Y finges tranquilidad de conciencia.
obviando el sorbete.
Mientras lavas la ropa desperdicias
62 litros de agua
y me lanzas el tóxico detergente.

Y finges que limpias mis playas,
mientras tomas un crucero al Caribe.
Y aquella agua gris de la sentina,
acaba en el fondo de mi mar mientras ríes.

Dices que no botas papeles,
pero compras plástico y metal.
Dices que no contaminas,
pero no sabes la hora adquirir más.

Tu estilo de vida en mi casa,
lo sabes, no cambiará.
La natural-esa
más tarde que temprano renunciará.

Mientras camina e intenta.
Te veo y aplaudo desde acá.
Mírame en cada paso,
aprende a amarme ya.

Me acabo y aunque despacio,
aprecio tu esfuerzo hasta el final.
Encárgate de retribuirme el ocaso
con la actitud de reusar.
Soy tu naturaleza,
tu refugio, tu llegada,
tu fortaleza y sin juzgar,
no soy esa
a quien puedes renunciar.

Prosa cotidiana femenina

Y se te pido que te pegues a mí,
es por una razón:
quiero que me cubras.
No temo a la noche, ni a su luna,
Temo a las bestias sedientas de inocencia,
a los dráculas del respeto,
a los bichos que nacieron
y que mucho tiempo se escondieron
como ‘bellas’ orugas, dentro de mi barrio,
de mi casa, de la uni, del colegio…

Si te pido que te quedes junto a mí,
no es porque quiera algo,
sino porque en ti confío.
Sé que tú presencia
pueda hacerlos arrepentirse
de abalanzarse,
de negarme el derecho a mi salud mental
por más tiempo,
de reconsiderar frotarse
contra mi cuerpo en un bus.

No me digas que exagero.
No sabes cuánto he callado
por pensar en quejas,
en ineficiencia,
en indefensión…
No sabes cuánto he sufrido
sin denunciar, por la estúpida y social presión…
No me digas que estamos iguales.
La ropa que me hace sentir bien
es a veces la que extasía
miradas ajenas y viles…

El lugar por el que anhelo reflexionar,
es solitario, oscuro y tiene ‘horas’…
¿Debo trabajar en mí?
¿Tengo errados los conceptos de la decencia?

Y si te pido que vengas hoy conmigo
es por una razón,
quiero estar viva y tranquila mañana…

Atragantado

Parto de un puerto sin sol
que no ha visto más que lunas marchitas.
Navego sin rumbo a todo vapor
pensando que tal vez estoy maldita.

Entre las negras aguas de mi frustración,
busco alguna vaga compañía.
Sube al barco una invitada sin corazón,
a mi lado se sienta ella, señora Pesadilla.

Tiene los ojos sangrantes de horror,
y me toma de las manos sin preguntas.
Llevándome a un oscuro muelle de terror
denominado ‘El vacío de las dudas’.

Y entonces, el aire se llena entero
de olor a miedo y fracaso.
¡Qué brutal que huele aquel muerto
cuando no hay quien lo vele en ocaso!…

De pronto quiero volver al otro lado,
correr a mi humilde barco.
Mas, al estirar los brazos,
veo que me los han mutilado.

La confusión se apodera de mis entrañas.
Pierdo el equilibrio.
Y la consciencia que debí haber usado,
ahora me condena al suicidio.

Me atraganto con la obligación
de los mil y un ‘debería’.
Me asfixio con todo lo que ‘haría’.
Perdiendo la memoria de lo bueno…

Y hace peso el pasado eterno
que me prohíbe el perdón interno,
y cuando me busco en el actual momento
no me encuentro,

no me encuentro,
solo no me encuentro…

A la calle

¡Mamá, le toca ir a Jazmín!
¡Mamá, no me mande a mí!
¡Mamá, ella puede ser así!
¡Mamá, como yo no puedo!

Papá, prefiero contigo ir.
Papá, no me mandes al ruedo.
Papá, si te ruego a ti,
¿evito irme sola al pueblo?

La mama se enfureció.
El papa cerrado en celos.
¿Tenemos que rogarte a vos?
¡Harás lo que no podemos!

Entonces bajo cabeza,
y la escondo entre mis huesos.
Me digo que solo es un rato,
voy acostumbrando al cuerpo.

Entonces camino más,
y voy a la tienda de Pedro.
Me dice que no me cobra na’,
si me dejo tocar y le doy besos.

Regreso con mamá y papá,
me guardo los centavos sueltos.
Quiero ahorrar para huir de acá
no aguanto más este tormento.

Ablación

Privilegio de Occidente,
razón de horror del otro lado.
Placer desconocido en Oriente,
al otro extremo, no encontrado.

A alguien le han dicho donde quedaba.
Se ha sorprendido de no saber.
¿Cómo recordar lo que no estaba?
¿Cómo imaginar lo que nunca fue?

Le dijeron que era bautizo,
limpiarle el alma, purificación.
Le dijeron que su papá así lo quiso,
que no se discute lo que dice el varón.

El paraíso le fue arrebatado
aún cuando no balbuceaba ni ‘sol’.
Y ahora que quiere que la amen abajo,
no puede sentir allí el calor…

Le cuentan sus amigas ya en la universidad
a la que escapando de casa, ha podido entrar
que hay cosquillas y unicornios
que jamás verá…
Que sienten pena por ella,
porque tampoco pudo huir de la maldad.

Más, no se aflige sino que lucha
en nombre de ella y las demás
que se desangraron en aquel bautizo
que no llegaron su historia a contar…