Yacen los rencores tibios,
como ángeles antes de ser demonios,
sobre su almohada,
en sus palabras,
en su trato…
Y yo,
yo echo agua bendita por mi paciencia
para no morir de desesperación.
Tengo una sola angustia
clavada en la rutina.
Ahora es mi amiga
antes mi peor miedo.
He aprendido que no puedo huirle,
porque de ella aprendo.
Y quisiera culparte,
mas yo me he quedado.
Bajo las capas del tiempo,
está aquel joven apuesto.
Lo sé, lo descifro, lo siento.
Quiero quedarme con lo bueno.
pero reprendes mis intentos,
te asesino en el macabro silencio
y lanzó tu carne a los peces del mar.
Corto y coso tus labios,
los cuelgo en mi cuello
para volverlos a besar.
Y pico los dedos
con algo de queso
para volverlos a probar.
Y pincho tus ojos
en una brocheta
para volverlos ardientes
antes de acabar,
sirviendo un vaso de sangre caliente
para acompañar.
Y regreso a la mecedora.
Mientras sigues vegetando
en la poltrona principal.
Traigo tus formas
en mi neceser mental:
Tu espera paciente,
tus saludos sinceros,
la memoria de tus caricias,
tu cansancio extraño…
Entro a la cocina sonriendo
¿Aquí vinimos a parar?
¿Dónde fuiste?
Te asaltó la seguridad del compromiso
y no volviste a mirarte al espejo.
Se llevó tu lengua el aburrimiento
y no hay signos que me descifren más.
¿Dónde fui?
Me quedé inmóvil en el ‘cinema’ de mi vida,
ni perfecta protagonista, ni buen espectador.
Esclava de la desidia, ama de la resignación
y una bonita marioneta de la inacción.
Cuarenta años después,
con la mentira como cordel
tiendo las prendas que te sobran,
recoges las mías que ni ves.
Cincuenta años después,
con los trofeos y el pastel
alardeamos de amor infinito
de un cuidado del alma y la piel.
Y yo solo quiero irme.
Huir, saltar, morirme.
Te llamo entonces a la habitación.
Allí estamos mis amigas,
la ruina, la vida que sobra y yo
y te recuesto a mi lado a regañadientes
para esperar cómodos mejor
que haga su rápido efecto
el café que serví para mí y para vos.