Perfección I

A tres milímetros de tus labios, 
tu vaho caliente me envuelve el alma 
La espera ha terminado
El reloj se ha detenido a sonreírnos 
Por fin se alinean nuestros cuerpos 
y a mi mente se le olvidan las palabras
Tu corazón galopante se pierde en mis praderas 
Navegan tus besos por el oleaje de mi sexo 
Y mis manos son columnas que erigen tu torso 
Sobre la cama han nacido margaritas, 
girasoles, 
petunias 
Un arcoíris disfruta de la vista: 
una águila poderosa, un colibrí juguetón
El piso es de algodón de azúcar 
y el silencio se ha adornado de latidos 
Allí estamos: 
tú, 
yo 
y un instrumental detenido en el tiempo 
El aire se vuelve océano, 
los dos sumergidos en éxtasis 
Y todo fluye, 
sigue, 
nada, 
aguanta,
se enreda y 
desenreda, 
se arquea 
y endereza
La última bocanada de aire 
y entonces se huelen los colores 
se miran los sabores, 
nos traspasa la luz
Y las fronteras de nuestros cuerpos se deshacen 
sin pasaporte ni permiso de migración 
se queda tu mirada de visitante en mi espíritu
y la sonrisa de medio lado es adrenalina pura
Allí estamos: 
tú, 
yo 
y un instrumental detenido en el tiempo...



Adrenalina

El deseo es energía abismal 
Un cuarteto de ojos que se atraen 
Unas manos que se rozan
Y con ello, la adrenalina:
Cóctel en la sangre que prende 
Fuego que arrasa bosques de rutinas 
Tú y el otro, esquivándose entre sí
El placer grita sus nombres 
Pero, no ceden...

Una mirada ahogada 
cruza entre la multitud,
mientras
tapa su rostro con retazos de disimulo 
Los besos de medio lado 
desnudan comisuras excitadas
Y, entre las piernas 
vibra la soledad
Los sujetos fingen ignorar
y se cuela otra conversación banal 
para despistar a los cupidos 
Solos, no ceden...

Gotean escenas de mixturas
Dos cuerpos podrían ser entre sí 
ser porque sí, 
ser como sí, 
ser sin hubiera
En medio de las ideas 
son porque sí, 
son como sí, 
son sin hubiera 
adrenalina de la buena
En la vida real, 
prudencia...




8 de marzo

Sobre las cenizas de mis hermanas 
soy hoy vida
Del polvo de sus sueños y sus miedos 
nace mi fuerza, mi lealtad 

Cientos de cuerpos calcinantes 
para que hoy pueda levantar mi voz 
Cientos de llantos angustiantes 
que hoy se hacen cántico con mi lucha 

Y aunque las batallas han mutado
aún quedan retrógradas mentes 
cuyo desconcertante derecho de poseer
nos hace seguir firmes en los intentos 

Entonces allí voy
temiendo 
pero de pie 
batallando, 
probando hiel 
defendiéndome, 
dejando piel 
escribiendo, 
gritando en papel
Fabricando un nuevo amanecer 
donde seamos libres 
seguras de estar, vivir y ser 

A las caderas anchas

Tocándote todo el centro del universo
así te encuentro
graciosa, tierna, entusiasmada;
conociéndote y devorándote con los ojos
las estrías del amor, pasajes a la galaxia de tus nalgas…
Escuchas el infinito frente al espejo
congelada en tus oraciones temerosas
a un dios en el que crees hace nada.
Te parece sentirlo todo al mismo tiempo
y te haces la fuerte para no verte frágil.
Estás más cansada que de costumbre
pero no fallas, no caes, no pierdes.
Te sostiene la idea impensable de algo creciendo
dentro de tu alma, tu cuerpo, tu espíritu.
Porque aquel amor despierto hace poco
cruza las fronteras de lo físico
y transforma las sensaciones
hasta convertirlas en realidad.
Y aunque allí desnuda te invade la añoranza
de aquellos años, la juventud y la locura,
parece que conviertes todo en altar
para una nueva experiencia.
Y a tu nuevo cuerpo le construyes un oda:
te gustas, te aprecias, te admiras,
como no ha pasado antes, como no ha pasado nunca.
Y derramas lágrimas de alegría ante tu espera,
y te tocas entonces gustosa, una y otra vez, todas las caderas.

A la voz del pueblo

Han pedido justicia medieval
para la muerta en vida.
Porque es cadáver andante
desde aquel suceso
y será podredumbre por siempre
desde dentro.
En sus entrañas
se engendra, cubierto en llanto,
la crueldad de un ‘sin rostro’.

Ella,
la escultura intocable de casa,
no tiene idea de cómo limpiarse
la suciedad del alma.
Aunque sabe que no tuvo culpas,
no puede evitar contrariarse
pensando en los ‘y si hubiera’.
Ahora, cada mañana intenta develar
su misericordia en el reflejo
para olvidarse del deseo de arrancarse
la esperanza que de ella se alimenta.

Mas, no puede.
Y, aunque la voz del pueblo ha pasado al estrado de las atribuciones,
y ella sabe que la marea de la mayoría – creída y creada para ser juez y parte –
puede lincharla a palabras hirientes, huirá.
Sabiendo que solo ella puede defenderse
de la amarga y eterna tristeza.
Y aunque no sabe si hace bien
cerrando el ciclo de alguien
que no ha empezado a vivir su propio ciclo,
no le importa.
Y aunque a la voz del pueblo,
sea maldita,
sabe que no quiere cargar
con el rostro del sin rostro,
con la sangre de la maldad,
mezclada con la suya de inocencia.

Café sobre la mesa

Cotidianidad bendita y
desconocida:
Él yace desnudo en la cama.
yo coloco su café sobre la mesa.

Estoy imaginándolo cerca.
Ahora es solo aire,
mi yo hablando al vacío,
un recuerdo más para el tanatopractor.
No lo sabía en ese entonces.
No lo hubiera sabido,
ni si lo hubiesen contado.

Pan caliente,
huevos, té y el amor flotando.
Tenía más sentido todo,
tenía más sentido yo.

Él se envuelve en el cobertor
y me mira.
Todo por la rendija
entre la puerta y la pared de la alcoba,
yo le beso la mejilla
en un intento furtivo a distancia.
Me devuelve el ademán,
es lunes.
Debo hacerle caso a la prisa,
el trabajo no espera,
pero me cuesta…

Le miro la piel.
¡Cuánto extraño ese extenso órgano tan mío!
Ese camino de un metro setenta,
que hilaba poros en sucesión.
Porque era solo mío.
Es de uno lo que se conoce en olor,
de centímetro en sentimiento.
Mío aunque no lo hubiese podido pagar
con tanto amor por aquel tiempo.

Huele a chocolate,
murmuraba.
Y yo,
al café lo convertía en moccacino.
A su pedido,
a su voz.
Ojalá pudiera despertarme
de la indigna lucha por olvidarlo.

Se menean sus muslos,
entre los hilos egipcios
y el peluche (regalo) de febrero…
Y yo,
yo le repito que lo quiero.

Es martes.
Ayer fin de mes.
Su cumpleaños,
nuestro aniversario.
Llega el mail programado
en su ausencia que jamás veré.
Preparo entonces,
mi último café.
Lo vuelvo a ver entre el espacio
que deja la puerta y la pared,
me hace de la mano.

Le doy vueltas al vaso,
cianuro de potasio
y dos cucharadas de café.
Lo bebo, lo veo de nuevo
y me marcho con él.

Sexy lingerie

Rojo, negro, verde, gris,
si me las compro, que sean para mí.
Unas ‘bridal intimates and babydolls’,
para casarme con mi propio amor.

Disfrutar que me acaricia cada encaje,
y ver como las formas, se funden con los tatuajes.
Verme al espejo, tan dulce y tan sensual,
hablarle a mi reflejo de lo que quiero comprar.

Halagarme desde el derroche
de unos centavos sueltos,
para fundirme en las ganas
de conocerme todo el cuerpo.

Y explorarme hasta los más íntimos
y recónditos rincones.
Saber que me gusta y me enfada,
mojarme sola los pantalones…

Darme el derecho de ver mis carnes
saliendo o quedando justas.
Decirme que me gusto entera,
que nada me avergüenza o me asusta.

Ser infinitamente yo,
en sexy lingerie
y de veras, en serio,
apoderarme de mí.

Abrazarme los muslos desnudos
y girar entera en toda la cama.
Hacerme en las manos, fuertes nudos,
jadear desde la imaginación, con ganas.

Y permitirme ver a la divinidad excelsa
en cuanto toque el cielo,
a punta de roces contra las esquinas
y la profundidad de mis propios dedos.

Quedarme mirando mis senos de reojo
que el cabello se mezcle con el sudor de mi antojo,
que exista solo mi mente y toda la creatividad
que puede volverme demente y extasiarme hasta acabar.

Maternidad ignorante

Convierte el sol en migajas de luz para su camino.
Mientras él, le vomita fuego.
No sabe hacer otra cosa.
Y ella no sabe mirar a otro lado.

Cambia el sentido al tiempo
para regalarle más días.
Mientras usa herraduras verbales,
y la marca contra su voluntad.
No sabe defenderse el pellejo.
No sabe usar del todo su voz.

Cosieron sus ideas a la tradición,
la cocieron con el sudor de la vergüenza.
Se fundió su opinión durante siglos,
con muestras de respeto aparentes.

Y tú, que la enviaste al mundo carnal
en cuanto te cortaron la fuente,
la bañas en culpa sin remordimiento alguno.
Y tú, que te finges señora decente,
la cubres de estiércol con cada expresión.

‘Mantener apariencias cuesta conciencias’.
No has cortado el hilo que arrastra nudos,
y la has ahorcado con uno de ellos.
Morada del miedo,
grita piedad a tu sordera conveniente.
Y tú, la ignoras frente a su captor.
Y te sientas a la mesa mientras le sonríes
cálida y de frente.

Y ella entonces, filtra la lluvia de sus ojos,
por su boca bonita, para hacerla cristales
que iluminen tu ignorancia
que interpreta
como amor…
Porque debes quererla igual,
porque ella piensa que lo haces.
Y te busca para cicatrizar
mientras por debajo
la lanzas a sus fauces.

Mi luna sol

Del otro lado
mientras se pone el sol,
me convierto en una carta
dentro de un sobre.

Al otro lado
mientras se pone el sol,
tú eres el reflejo de anochecer
dulce color cobre.

Del otro lado
mientras yo despierto,
tu apurada
degustas tu almuerzo.

Al otro lado
mientras como corriendo,
tú te preparas
para un nuevo sueño.

Y me punza el pensamiento.
Y en una lágrima, te siento.
Corres por la casa, me acuerdo.
Te abrazo en el aire y te beso.

Millas, distancia y vuelos.
Ganas, ahorros, tiempo…
¡Cuánto para tocarte tan lejos!
¡Pondría en subasta mis talentos!

Soledad, compañía,
atención y procesos.
Metas, olvidos,
planes, excesos…

Masoquismo musical
para conectarme contigo
¡Ver tu foto otra vez
y recordar ese abrigo!

Mientras, solo te escribo.
Escuchando a ‘Los pasajeros’ decir
que ‘Sólo sé que te amo
porque te he dejado ir ‘

Y me culpo por no llamar
y que ‘solo falte el sol
cuando empieza a nevar’

Te pido perdón
aunque no tengas que perdonar.
Porque reconozco que falta
tu luz cuando me invade la oscuridad.

Prosa cotidiana femenina

Y se te pido que te pegues a mí,
es por una razón:
quiero que me cubras.
No temo a la noche, ni a su luna,
Temo a las bestias sedientas de inocencia,
a los dráculas del respeto,
a los bichos que nacieron
y que mucho tiempo se escondieron
como ‘bellas’ orugas, dentro de mi barrio,
de mi casa, de la uni, del colegio…

Si te pido que te quedes junto a mí,
no es porque quiera algo,
sino porque en ti confío.
Sé que tú presencia
pueda hacerlos arrepentirse
de abalanzarse,
de negarme el derecho a mi salud mental
por más tiempo,
de reconsiderar frotarse
contra mi cuerpo en un bus.

No me digas que exagero.
No sabes cuánto he callado
por pensar en quejas,
en ineficiencia,
en indefensión…
No sabes cuánto he sufrido
sin denunciar, por la estúpida y social presión…
No me digas que estamos iguales.
La ropa que me hace sentir bien
es a veces la que extasía
miradas ajenas y viles…

El lugar por el que anhelo reflexionar,
es solitario, oscuro y tiene ‘horas’…
¿Debo trabajar en mí?
¿Tengo errados los conceptos de la decencia?

Y si te pido que vengas hoy conmigo
es por una razón,
quiero estar viva y tranquila mañana…