Apriétame la lengua entre las piernas bambino,
y no despegues tu mano izquierda
de la mitad de mi cuerpo,
cuando esté de pie.
Solo baja.
Encuentra el caudal de mi deseo
y sumérgete como un pez.
Y respira.
Sobre las bragas se rebosa
el vaso de palabras convencidas
y obscenas…
Detrás de mi cuello hay un permiso:
suspírame fuerte
una
y otra,
y otra,
y otra,
y otra vez.
Si no te oigo,
no funciona.
No descanses,
que construyo mi oscura historia
en el baile de tus caderas groseras.
¡Aquí estoy para recibirte si me esperas!
Tenemos que alcanzar el barco juntos.
Temo,
temo que si te confieso que agarrar mi cuello
hasta dejarme sin aire es mi fetiche,
tú te marches.
Bambino mío…
¡Tradimento!
Que no nos alcance el amor verdadero,
que no seamos más que momentos.
Y vuelvo al dilema:
vendetta al espíritu de quererse como abuelos.
¡Qué perdida de tiempo!
Temo,
temo que si te confieso que me llames como las damas de la noche es mi fetiche,
tú te marches.
Bambino del aire…
¡Veleno mío!
Que me alcance tu total desenfreno,
más no me quieras más de la cuenta.
Somos carne, deseo, cuerpo y silenciosos esperpentos,
deformados en la totalidad del rostro mojado,
envueltos en la tela roída de una sábana antigua,
animales domesticados en un par de horas repartidas.
Bambino mío, ¡Nascosto!
Arráncame las venas a mordiscos
y déjame sangrar de amor.
Bésame y sufre pero
sin molestarme,
sin derramarte,
sin el dolor dejarme ver.
Abandona tus sentimientos por «madurez».
Arrástrate con tus labios desde mis pies,
pasa por mi ombligo,
muérdeme el desdén,
grita mi nombre en el delirio,
dime el tuyo como dueño después.
Bambino mío,
quiero registrar cada estría de tu cuerpo,
cada lunar de aquel lienzo,
cada imperfección en tus costillas y en tu piel.
Voy a trotarte entero con mis dedos,
me dirás que no puedo llegar a la mitad y media de tu ser.
Te obsequiaré nuevas cosquillas
y te haré morir de sed.