¡Corro, corro, corro!…Sí,
como si no hubiera más momento…
Siempre tarde,
siempre risa,
siempre ardiente.
¿Dije ardiente?
Tengo la felicidad puesta al grill
para cuando toque comérmela
junto a un atardecer soleado.
¡Corro, corro, corro!…Sí,
me detengo.
Saboreo lo que tiene la vida.
A prisa, de pronto, lento.
Así, como si no hubieran más ¡te espero!
No aguanto el reloj de pies quietos.
A ratos, me relajo aunque el estrés me envuelva.
Y en mí, pienso.
Pero, otra vez pienso y corro;
y corro y pienso.
Como si pudiera hacerlo más intenso…
Y a veces, respiro y me puede el silencio.
Y las lágrimas se derraman
durante un te amo tan humano y tan incierto.
Tan frágil y vulnerable,
tan tonto y voluble,
tan esperanzado y nada eterno,
que sale de los labios de quien he decidido amar.
Y me entrego:
al peligro del infarto,
del último soplo de vida,
a la casualidad, a la coincidencia,
a lo animal del cuerpo.
Hay ocasiones en las que en cambio,
tengo un buffet de quemeimportismo
servido a su mesa,
a vuestras mesas,
a tu mesa.
Oye bien, que no miento.
Nublados pedazos de mes
en los que apuesto a la tristeza y la pereza
de oír,
de ser,
de ver,
y amar…
Y no me amo ni en la pizca de sal
que brota de mi propia mirada
en tiempos de crisis,
en tiempos de llanto.
Y siento que nada merezco,
que soy chatarra, soy infierno.
¿Qué?…¿Qué pienso?
Que el humano cree ser de acero
y olvida que incluso llorar es bueno.
Y me declaro libre.
Y lloro ríos de caudal inmenso.
Y abro mis ojos para llorarle
a lo que no fue.
Pero, también para apreciar
`lo que está siendo’…
quien estoy siendo,
en quien me estoy convirtiendo,
y fijarme en qué sueños
ya estoy cumpliendo…